domingo, 25 de abril de 2010

Manuel Rivas

Nunca he sido amiga de aglomeraciones y como en Barcelona un 23 de abril cualquiera puede ser de lo más bullicioso, nunca acudo a las firmas de libros que se organizan con motivo de la celebración del día de Sant Jordi. Pero este año sí.
Lo primero que he de decir es que muerto Delibes no me quedan muchos escritores a los que adorar. Me gustan muchos, faltaría más, pero quitando un par de aquí o de allá, no son muchos los que me hagan levantarme de la silla más allá de para ir a la biblioteca.
Uno de los escritores que desde hace muchos años me tocó con su varita mágica fue Manolo Rivas. Nunca veréis que firme un libro así, pero a mí, por aquello de la adoración, me gusta llamarle así.
Al Sr. Rivas tuve el inmenso placer de verle y escucharle en un recital de poesía (con guitarra, de los buenos) en la Universidad de Barcelona hace muchos años, cuando yo era una pelele. Pasó el tiempo y libro a libro me fui enganchando. Me gustó mucho el lápiz de carpintero que venía de obsequio con su libro del mismo nombre, me pareció un detalle del pueblo llano y me imaginé el lápiz detrás de la oreja de un carpintero de verdad.
Del Sr. Rivas nunca supe demasiado y lo máximo que sé ahora es que tiene un hijo que es actor y está haciendo furor entre las adolescentes porque es muy guapo. Pues si el hijo es guapo no quiero ni deciros cómo es el padre. Lo máximo.
Y así, en busca de la posibilidad de ver (que no de tener su firma) al Sr. Rivas, me fui directa al lugar más cercano en el que sabía que firmaba a la hora a la que yo podía llegar. Pues supe mal. Llegué al centro comercial en cuestión y allí estaban un montón de escritores o personajes mediáticos, pero él no. En ese momento estaba a punto de asomar a mi cara un vestigio de tristeza cuando pensé que tal vez me había equivocado y a esa hora estaba en el centro siguiente (a unos 15 minutos de allí).
Tras superar todos los obstáculos que se me pusieron en el camino, llegué y le vi, solo había una chica en la cola, a la que ya estaba firmando. Me puse detrás toda feliz. Pero en ese momento me di cuenta de que no tenía libro en el que el hombre me pudiera firmar. Salí disparada al puesto más cercano y compré el primer libro que me dieron cuando pregunté ¿qué tienes de Manuel Rivas? Pagué todo lo deprisa que pude y volví a la cola. Aún estaba firmando a la misma chica. Me pareció raro, habían pasado unos minutos… miré a otra chica que el escritor tenía detrás (sin duda de la editorial) y ella me miró con cara de… tranquila, que te firmará… esperé paciente y aún tuve que esperar algo más porque ¡estaba dibujando! Le estaba haciendo un dibujo. Eso me suena, porque no es el primer escritor que firma así (ya lo hacía el gran José Hierro, pero no tengo ninguno). De pronto acabó, le dio la mano a la chica y ella se marchó. Llegó mi momento.
Y porque lo que más me interesa de muchas personas es su esencia, lo primero que le pedí es que me dedicara el libro, por favor, en gallego, y supongo que le gustó (porque es gallego, claro). Me hizo un dibujo precioso, de libertad, y mi dedicatoria fue muy linda, si no os importa, me la reservo para mí. Otro día la comparto.
Cuando terminó el dibujo se levantó y me dio dos besos.
Moitas gracias, le dije, y no querría haberme ido, pero me fui.

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