El viernes pasado fui a ver
Superman, también llamado el hombre de acero, al cine. Me gusta ir al cine,
pantalla grande, buen sonido, butacas cómodas, pero a veces te encuentras
sorpresas algo desagradables. En este caso fue una niña.
La niña no tenía nada de
desagradable, más bien al contrario, adorable, pero pobrecita mía, no debía de
llegar ni a los 4 años y allí estaba, viendo una película que a mí me pareció
de brutalidad excesiva.
Iba acompañada de un padre que no
debía de tener mucha idea de cómo ejercer, porque allí sentó a la criatura a su lado,
subida en un alzador y presenciando tiro tras tiro, pelea tras pelea, muerte
tras muerte y sí, al maravilloso Superman.
La película no se recomienda para
menores de 12 años, y mucho me parece. Así que doble ‘penalización’, al padre y
al cine, porque es evidente que vieron entrar a la niña y lo permitieron.
¿Está muerto? preguntó la niña en
voz alta en un momento en el que le pegaron un puñetazo a Superman. No, dijo el
padre lo más bajito y probablemente avergonzado que pudo, y
los demás sonreímos, porque sabemos de sobras que Superman no puede morir.
Si este chico pretendía ser un
súper hombre, tendrá que esforzarse más, porque esa no es la manera. Y me consta que a otros les sale
cada día de manera natural.