jueves, 25 de abril de 2013

Jubilación

En la parte más alta del Paseo Maragall de Barcelona hay una pastelería, Rovira creo que se llama, que por lo que me han explicado lleva allí muchos años. Yo he entrado pocas veces porque en casa tengo un alérgico a los frutos secos y en las pastelerías la mayoría de productos o están hechos con algún tipo de fruto seco entre sus ingredientes o están hechos en moldes que antes o después los han contenido. Sí, también existen las deliciosas trufas, pero las compro en otra pastelería, porque son exquisitas.

A mí me llama la atención ésta porque entre las dependientas hay una señora muy mayor, anciana a todas luces, que despacha con la máxima de las solturas. Me hace mucha gracia y siempre que paso miro dentro para ver si está, y casi siempre está, yo la llamo 'la yaya'. Lamento decir que si no la veo, me asusto, porque pienso que puede haber fenecido. Yo no paso cada día por delante del local y podría haberme perdido los días de luto. Pero no, vuelvo a pasar al cabo de unos días y ahí está, tan resuelta, menudísima, pero con una energía que le sale por cada uno de los gestos que lleva a cabo.

Tiene toda la pinta de ser la dueña, esa señora que levantó el negocio allá a mediados de siglo XX, cuando tal vez lo heredó de su padre o, tal vez lo creó ella misma con su marido (a las mujeres en la época franquista no se las animaba a montar negocios, por muy dulces que estos fuesen, ojalá me equivocase en este caso…). Y como es la dueña, no se jubila. No creo que lo haga por dinero, apuesto, más que probablemente lo hará porque le encanta su trabajo. Porque adora servir a un público deseoso de comer delicias dulces o saladas, está encantada de crear los productos que crea y de servirlos a clientela de cualquier edad.

Me parece maravilloso y me parece, no lo negaré, un mal ejemplo. Yo no quiero llegar a los 80 y seguir yendo a trabajar cada día. No quiero hacerlo por varios motivos, pero el principal es porque mis ojos ya no tendrán la agilidad que tienen ahora y mi cuerpo ya no podrá resistir el frenético ritmo de mi vida actual (naturalmente el cuerpo humano evoluciona, al menos el mío). Complicada cuestión esta de la jubilación…

domingo, 21 de abril de 2013

Provecho


Para llegar a mi trabajo cada día cojo el metro y a continuación enlazo con el tren. Casi 25 kilómetros separan mi casa de la oficina donde trabajo. Sobre si me parece larga o corta distancia os prometo hablar en otro post, porque hoy os quiero comentar algo que viene a mi mente de vez en cuando durante el trayecto.

Yo, como persona sensible que me considero, soy muy receptiva a temas emocionales; recientemente me ha ocurrido con el atentado en el maratón de Boston, qué fácil se preparan dos ollas con explosivos y se vuelan las ilusiones de miles de personas allí concentradas…

Como me ocurre con los accidentes de aviones, cuando se produce un atentado, me vienen a la cabeza otros muchos que mi mente pueda recordar, concretamente los que por un motivo o por otro, me puedan resultar afines. No me traumatizan, solo los recuerdo.

Por ejemplo, en la carrera que me pego entre metro y tren, más de un día me imagino a las personas que viajaban en los trenes del atentado de Atocha, en 2004 en Madrid, irían pensando en sus cosas, como lo hago yo cada día. ¿Quién tenía derecho a quitarles esos pensamientos de su cabeza?

Bajo las escaleras al andén a toda velocidad y me subo en el tren, que con suerte está a punto de arrancar, al salir del túnel enciendo la radio y, contemplando el bello amanecer de Barcelona, empiezo a pensar en lo obligada que estoy a disfrutar de mi vida, cada uno de los minutos. Solo tenemos una, ¿verdad? pues vamos a intentar aprovecharla.

martes, 16 de abril de 2013

Principios


Define la Real Academia Española de la lengua los principios como “Normas o ideas fundamentales que rigen el pensamiento o la conducta” y eso es uno de los firmes pilares que sustentan la mente de algunas personas a las que sin duda alguna admiro.

Hace apenas unos días, conversando un poquito con mi compañero de oficina, un simpático y prometedor informático que actualmente trabaja como becario, me sorprendió con una respuesta. Cuando no recuerdo por qué motivos hablábamos de novios y novias él afirmó que lo que más le gusta de su novia es sus principios.

Me sorprendió gratamente, pero reconozco que me dejó algo fría. Es maravilloso que tus principios sean lo que más le guste a tu pareja, pero sinceramente espero que le guste algo más… es broma, no me cabe duda de que así será.

Poco después, conversando con unos amigos la otra noche acabamos hablando de un conocido del barrio que tenemos en común y en quien al ascenderle en su trabajo, todos habíamos notado un cambio en su manera de pensar, si antes era poco menos que sindicalista, había acabado al cabo de los años convertido en una persona instalada en las antípodas de un buen Marx.

En ese momento pensé que eso no le puede ocurrir a alguien con firmes principios. Pueden cambiar muchas cosas en tu vida, sin duda puedes ir moldeándote a medida que evolucionas, pero cambiar drásticamente de principios me parece, sencillamente, muy triste, porque, no sé si os habéis percatado alguna vez, pero los principios no se compran. Y si no tienes los tuyos propios, puedes disimular un tiempo, pero al final se nota.

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