sábado, 20 de febrero de 2010

Broken Doll

A una noche de sábado le va perfecto algo de espectáculo y no me negaréis que en nuestros días, te encuentres donde te encuentres, es fácil acceder a cualquier show, del tipo que sea.
Convendréis conmigo en que hay momentos en los que no apetece ser el protagonista, ni asistir a función alguna. Pero si algo tiene el espectáculo de característico es que debe continuar…
Hoy os quiero dejar con uno de mis últimos descubrimientos, Paloma Faith. Esta jovencita británica tiene una voz de alta categoría. Para mi gusto (personal e intransferible) lo tiene casi todo en contra, es bastante aguda y su aspecto es en demasía… dejémoslo en “excesivo”, pero tiene una buena voz y muchas de las pocas canciones que ha lanzado hasta ahora, me gustan. Así que sin duda puede ser un buen espectáculo.
Lo gracioso de este vídeo es el monólogo para entretener al público que tan dulcemente interpreta al comienzo, la canción tarda unos instantes en llegar, pero me gusta :-)

domingo, 14 de febrero de 2010

Renoir

Hoy os hablaré de cine. Ni de pintura, ni de museos, de cines, los Renoir. Así que a quien no le interese el tema, que deje de leer aquí, que ya os advierto que de pintura no va la entrada de hoy, en principio.
Yo vivo relativamente cerca de uno de los dos cines Renoir que hay en Barcelona, a saber, son el Les Corts y el Floridablanca; el primero le debe su apellido al barrio, el segundo, a la calle en la que se ubica. Ambos le deben el nombre al cineasta… sí, hijo del pintor, sabía yo que antes o después iba a nombrar al pintor…
Bueno, a lo que iba, que hoy he ido al cine, al que no es el ‘mío’ al Floridablanca, porque la película que quería ver solo la daban en aquel. Muy a mi pesar, porque el Les Corts es más íntimo, más de estar por casa. Una de dos, o es más viejo, o han invertido menos dinero (o ambos), porque yo entiendo que si el Floridablanca está en el centro de la ciudad, atrae a más público y vale la pena invertir en él, eso lo entiende cualquiera. Pero que yo me siente en alguna de las salas del Les Corts y al sentarme en la butaca esté más cerca del suelo que si me sentara en el mismo suelo, resulta cuanto menos, curioso.
Pero me gusta, por raro que os parezca. Me gusta que casi nunca haya colas eternas para comprar la entrada (la cola más enorme la recuerdo para ver una de Woody Allen, la cola era enorme y la lluvia que nos caía más, pero es que Woody mueve mucho, amigos), me gusta que la calle sea tranquila, me gusta que sean salas de cine en versión original y me gusta que pueda ir y volver andando desde mi casa. Sentarme tan cerca del suelo, vale la pena en algún caso, muy pocos, y este es uno de ellos.
Pero hoy no he ido a mi cine favorito, he ido al ‘otro’ porque no tenía opción de ver a uno de los actores más atractivos en grande. He ido a ver Up in the air. Película muy interesante por su temática, real y universal como pocas, y que para los que estéis aprendiendo inglés, os va a ir genial ver en versión original; Clooney, además de otros talentos, tiene una dicción que ríete tú del mejor profesor de Oxford. Aissss, muchas gracias Renoir.

martes, 9 de febrero de 2010

Electricidad

Llego a casa y enciendo la luz, voy a mi habitación y repito la operación, enciendo la luz. En primer lugar porque no tengo mucha luz natural en todas las habitaciones y en segundo lugar porque son más de las 6 y media de una tarde de febrero y ya es hora de que el sol se haya ido a dormir.
Me quito la ropa que llevo y me pongo cómoda. Intento vestir muy cómoda siempre, pero para ir a trabajar a veces llevo tacones que en cuanto llegan a casa les gritan a las zapatilla, venid venid, os toca. Y así es la cosa.
En seguida pongo música de fondo, cualquier emisora de radio si lo que quiero es escuchar música "de fondo". Voy al baño, me lavo con agua caliente (gracias al calentador de agua, que es eléctrico y que no requiere encenderlo de manera manual, como ocurría con el que tenía hace años, ahora abres el grifo y el agua se calienta al instante, prodigioso).
Después voy a la cocina y me preparo algo para merendar, algo ligero y hoy, como llueve mucho, me apetece algo calentito. No tengo microondas, así que enciendo el fuego, caliento la leche y me preparo un Nescafé suave.
Mientras lo tomo, decido que es buen momento para escribir en mi blog. Pienso en vosotros. Pero tengo frío, así que me acerco a la estufa y la enciendo, no muy fuerte, porque hoy ha llovido pero no ha hecho mucho frío. Ahora mejor.
Ostras, tengo el móvil casi sin batería, esperad, que lo voy a poner a cargar.
¿Me siento?
Pues no, aún no, perdonad, dejaré la lavadora funcionando mientras escribo. Lleva días lloviendo y no me gusta poner la lavadora tan alegremente como cuando hace un sol radiante, pero la ropa se acumula y aunque la tenderé bajo cubierto, necesito ponerla.
Ahora sí, me siento frente a mi portátil, que previamente cargué. Hay veces que no me importa trabajar con el portátil conectado a la corriente, pero hoy no me apetecía, hoy he querido hacerlo sin cables para homenajear a alguien, porque por sencillo que parezca, nada de todo lo que he hecho hasta ahora podría haberlo hecho de igual forma si no fuera por la electricidad. Probablemente no pensamos en ello a menudo, pero tenemos mucho que agradecerle hoy al fenómeno que nadie inventó, a ese que al correr de los tiempos fue haciéndose más fuerte hasta que llegó un día en que sin duda alguna, dominó el mundo. ¿Qué somos sin ella?

viernes, 5 de febrero de 2010

Odios y pasiones

Hace unos días pasé un fin de semana en Zaragoza, ciudad a la que por diversos motivos, me unen prácticamente todos los vínculos emocionales posibles. Ese fin de semana tuve oportunidad de vivir en mi persona los amores y los odios que algunas personas suscitamos(ais) en el mundo.
Iba yo paseando por la calle una noche cuando de pronto, en el momento en el que adelantábamos a una pareja a la altura de un bar, se oye la voz del hombre que dice: “tenían que morirse todos, empezando por Guardiola”. Imposible describir la cantidad de emociones adversas que acudieron en tropel a mi mente. Intenté respirar hondo y giré mi cabeza con toda la virulencia que mis cervicales me permitieron, me dirigí a él y le dije “muchas gracias, hombre, y yo la segunda… pues muy a su pesar, también hay culés en Zaragoza, que lo sepa”. Obviamente se refería al resultado futbolístico que acababa de ver en la televisión de un bar, al pasar por delante de él, y era obvio que el Barça iba ganando y era evidente también, que esa persona era de un equipo que no era el barcelonés, pero me pareció algo excesiva la expresión, máxime cuando no estaba en el fragor de ninguna pelea futbolística.
Pero es que al día siguiente me ocurrió prácticamente lo contrario.
Cuando me dirigía a la estación a coger el tren, me di cuenta de que llegaba algo justa de tiempo y aunque seguro que hubiera llegado, soy un poco ‘agonías’ en este aspecto y siempre me gusta llegar con tiempo a los medios de transporte. De modo que paré un taxi y me subí a él.
Es muy habitual que los taxistas que te llevan a estaciones o aeropuertos te pregunten por tu destino, imagino que con eso, sus mentes también viajan por un momento. Reconozco que a veces no he querido revelar mi vida privada a un desconocido y he dicho el primer destino (creíble) que se me ha pasado por la cabeza. Pero después de la puñalada que había recibido ayer, dije con la boca bien grande “a Barcelona”. Bueno, en qué momento dije Barcelona. Seguro que a ese hombre le dicen que va a ser abuelo y no se emociona más. Casi se le saltaban las lágrimas. Ahora, a punto de jubilarse, si es que no lo estaba ya… vivía en Zaragoza, su ciudad natal, pero había estado muchos años trabajando en Barcelona y área del Vallés y el hombre se emocionaba al recordarlo. Que todos le habían tratado muy bien, que sus compañeros le habían acogido muy bien, que en las reuniones sus compañeros hablaban castellano por él y él se negó porque quería participar de su cultura… vaya, le sobraban argumentos para alabar a los catalanes con los que se había encontrado en su camino. Regresé en el tren con una sonrisa en mi cara.
Increíble. En 48 horas había experimentado en mi propia persona los sinsabores y las alegrías que inspiramos algunos catalanes por el mundo.
Y lo más curioso del caso es que no pienso que se trate de catalanes, ni de andaluces ni de helvéticos. Se trata de sentimientos, de emociones y, por mucho que cueste creer, de inteligencia, de ida y de vuelta.

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