lunes, 17 de octubre de 2011

El amor

Hacer deporte es complicadísimo. Y no hablo de un deporte cualquiera, sino de cualquier deporte. Me explico.
Yo he sido siempre muy perezosa para hacer deporte, mucho, por múltiples motivos, nunca se me acababan las excusas para no levantarme de la silla y echar a correr, por ejemplo. Echarme a andar ya ha sido más sencillo, porque yo con un buen calzado, me como las calles que haga falta, y si encima llevo música en mis oídos, soy lo que se llama una devora zapatillas.
Pues bien, para mi asombro, he aprovechado el cambio de barrio en la ciudad (me acabo de mudar) para apuntarme a un gimnasio.
Me he apuntado a un gimnasio, pero lo único que me interesa en estos momentos es la natación, ¡me he apuntado a natación!
No nado con una técnica perfecta, es más, yo la definiría incluso como bastante imperfecta, pero oye, me sienta de maravilla.
Como es de suponer, tampoco estoy en forma, por lo que a poco que me pego unos largos, me canso, supone un esfuerzo.
Sin embargo, soy súper feliz, voy allí, me ejercito, descubro que has de ir con cuidado si no quieres darle un manotazo al que va por tu mismo carril pero en sentido contrario, y me voy al vestuario de nuevo, con el espíritu relajado.
Me fastidia un poco tener que pasarme un cuarto de hora secándome el pelo, porque no quiero salir a la calle con el pelo mojado, pero lo demás, sin duda, lo compensa todo.
Es lo mismo que vivir en pareja, supongo que todos tenemos nuestras rarezas y arrastramos nuestras manías, pero lo demás, sin duda, lo compensa todo.

Archivo del blog

Datos personales