miércoles, 31 de agosto de 2011

POCOYO

Pocoyó es un tío simpático. Bueno, un niño simpático. Un algo simpático.
En mi época teníamos a Espinete, mi sobrino tiene a Pocoyó, un dibujo con aires a playmóbil que resulta cercano porque tiene una cara sencilla, limpia y extraordinariamente amable, dan ganas de ser Pocoyó.
Ayer le compré 3 entregas del coleccionable que en estos momentos hay en algunos quioscos (no en todos) de su vajilla.
Hay que ver lo increíblemente difícil que es ser padre. Yo no, yo soy tía y eso siempre es guay. Pero ser padre, aunque imagino que muy difícil tampoco debe de ser porque lo hace todo el mundo, sin duda que no es tarea liviana.
Veo cada día montones de pequeños llorosos, gritones y que se revuelven en el cochecito cual culebrillas porque les gustaría ser libres como el viento y, por motivos de logística, no pueden.
La hora de la comida no es menos entretenida que la del paseo, si no empiezan a aporrear el plato cual batería de ACDC, escupen la comida cuando encuentran una textura que no les resulta familiar.
¿Dormir por las noches? Buena suerte, amigo.

A mí me gusta más el mapa de Dora la exploradora (I’m the map, I’m the map…), que también es muy simpático y además te ayuda a encontrar el camino (ojalá tuviéramos un amigo así de adultos), pero cada uno que elija con qué quedarse embobado, eso es personal.

Por cierto, Pocoyo es una serie de creación española. Me gusta la idea de que los niños de medio mundo se queden embobados frente a la sonrisa de Pocoyó, made in Spain.

Y ahora que estoy acabando me pregunto por qué le pongo acento al dibujo si su nombre real no lo tiene, o al menos no aparece en todas partes… pues se lo pongo porque de no pronunciarlo así, lo pronunciaríamos llanamente [pocóyo] y me parece que sí ya no tiene tanta gracia, ¿verdad?

Os dejo con un capítulo de la serie, que no dura mucho, pero que si tienes más de 4 años y ningún niño a tu alrededor, se te puede hacer eterno :-D

viernes, 12 de agosto de 2011

Moves like Jagger

Hace mucho tiempo que no os recomiendo una canción, pero esta la he oído tantas veces últimamente que no puedo dejar de mostrárosla.

Si yo fuera Mick Jagger aún estaría partiéndome de la risa por los suelos, qué divertido, pero como no lo soy, mejor me pongo a bailar y disfrutamos todos de un fin de semana largo de verano.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Leer antes o después de dormir

Como a casi todo el mundo le pasará, exceptuando a los perfectos, hay cosas que sé hacer y hay otras muchas que no. Bueno, pues una de las que no sé por mucho empeño que le ponga es leer un libro en la cama, antes de dormir.
A mí siempre me ha gustado leer, por eso me metí en una carrera de letras, por eso he trabajado un altísimo porcentaje de mi vida laboral en el sector editorial (y sigo) y por eso en mi casa hay bastantes más libros que pares de zapatos.
Lo que no hago mucho es comprarme libros, sí, sé que hago mal, y más dedicándome como me dedico al sector. Pero es que me molesta muchísimo gastarme el dinero en un libro que no me guste. Lo odio sobremanera. Qué manera más tonta de tirar el dinero, porque ya es raro que puedas aprovechar un libro para nada más, qué ¿para calzar la mesa? Demasiado grandes, ¿para regalar? Patético. Debería existir la opción de devolver un libro si no te gustara… ah, perdón, que eso ya existe, se llaman bibliotecas y de ahí es de donde saco la mayoría de libros que leo.
De vez en cuando lo hecho de menos y voy y me compro alguno, Paul Auster, Marías, Rivas, alguno con garantías, pero sea de quien sea, antes de comprarlo tiene que pasar la prueba de la primera página. Yo siempre he pensado que un libro cuando es bueno, lo es de principio a fin. Puede flojear en alguna parte o puede ser extraordinariamente bueno solo en algunas partes, pero por lo general, quien escribe bien, lo hace en cada frase… por ello yo me leo el primer párrafo, si me engancha, leo las frases siguiente, y si cuando he acabado la página no puedo soltarlo de mis manos, se va a casa.
Y eso es lo que ha pasado con el nuevo de Javier Marías, Los enamoramientos, que me ha atrapado desde la primera palabra La.
Lo que ocurre es que no tengo mucho tiempo para leerlo, porque así como mucha gente aprovecha los minutos que pasa en vela previos al dulce sueño, yo no puedo. Soy marmota andante y tan pronto pongo mi cuerpo en la cama, me duermo. Puede parecer exagerado, pero no, si es hora de dormir, mi cuerpo es obediente como él solo. Me duermo. Así que intento aprovechar otros momentos perfectos para la lectura, pero no encuentro tantos…

sábado, 6 de agosto de 2011

Lo que yo no te diga

Las aventuras y desventuras de mi modista no tienen precio.
Aparentemente es una señora mayor (bueno, no tan mayor, sus cerca de sesenta sí tendrá, que es una edad muy indefinida) con hijos en edad casadera o casados y con un marido al que le esconde las cosas, o mucho peor, los problemas.
Cuando fui a su casa a ‘probarme’ –maravillosa acepción del verbo probar– me hizo descansar un instante antes de hacerlo, porque el calor obligaba. Ese instante lo aprovechó ella cual paciente de sicoanalista sentado en el diván, hasta el último minuto.
Me contó problemas de su familia, en concreto el enfado de uno de sus hijos (es evidente que quien se ha enfadado de verdad es la nuera) y cómo pensaba solucionarlo.
Lo chocante de la solución es que implicaba dos secretos, no decirle nada a su hijo (el enfadado) y no decirle nada a su marido (no se vaya a llevar un disgusto).
Me muero de ganas de ir a la prueba final la semana que viene para ver qué ha pasado, pues sé que este fin de semana habría una ‘no tan casual’ reunión familiar y en ese tipo de reuniones puede pasar de todo.
Qué equivocada anda la gente si no va con la verdad por delante, qué craso error el de ir escondiendo lo que se piensa, lo que parece y lo que dejamos de creer. Yo, lejos de decirle a nadie lo que tiene que hacer, recomendaría no entrar en el juego, porque una vez se empieza, dudo que se pueda salir muy airoso. Ya veréis.

Archivo del blog

Datos personales