martes, 30 de marzo de 2010

Pretérito imperfecto...

…de subjuntivo. Tranquilos, no os echéis a temblar, que los verbos también pueden ser divertidos, y además, no os voy a examinar, ya veréis, os cuento.
Hace unos días tuve la gran suerte de charlar un ratito con una persona navarra, de Pamplona concretamente. La conversación, de tipo profesional, fue bastante amena dado el carácter abierto del señor en cuestión, porque si hubiera tenido que depender del mío, que aquel día no era la alegría de la huerta precisamente, mal nos hubiera ido a los dos.
Lo curioso de aquel señor es que nunca utilizaba el pretérito imperfecto de subjuntivo y en su lugar usaba el condicional, de indicativo, mondo y lirondo.
Como ya estoy viendo vuestras caras a cuadros, voy a poneros unos simpáticos ejemplos. El pretérito imperfecto de subjuntivo es el famoso ‘hubiera o hubiese’, y el condicional (huelga decir que es de indicativo porque no hay condicional de nada más, que se sepa), el ‘habría’.
Teniendo en cuenta estas premisas, lo natural (para mí, no para este señor) es decir ‘si hubieras venido, te habría invitado a una copa’, para este señor, lo natural es decir, ‘si habrías venido, te habría invitado’, con lo cual, uno nunca sabe si es que le habrían invitado y nunca le invitarán o ya le invitaron y tampoco le invitarán o… bueno, que en realidad este tipo de frases no se dieron en nuestra conversación, porque hablábamos de libros, papeles y cosas raras, no de irse a tomar una copa, por lo tanto, no puedo certificar si me quedé sin invitación.
Lo que sí puedo garantizar es que por errados que vayamos en el uso de los verbos, si lo arreglamos con alguno de los múltiples elementos que pueden hacer la comunicación eficaz, no tendremos problema alguno ni para mantener una conversación de trabajo, ni para alternar en un bar.
Por cierto, no me negaréis lo bien que se está en Pamplona tomándose unos vinos y unas tapas, eh. Se olvida uno de los repelentes verbos bien rápido; si no habéis estado nunca, no sé a qué esperáis :-)

sábado, 20 de marzo de 2010

Naftalina

Las personas se dividen en dos tipos: los que saben lo que tienen delante y los que saben lo que tienen delante y también lo que tienen detrás. Es decir, hay personas en el mundo que tienen una gran capacidad para controlar el espacio físico que les envuelve y otras no.
A tan sesuda conclusión he llegado tras miles de viajes en metro. Cualquiera que viaje habitualmente en un transporte público como el metro habrá podido comprobar que las experiencias que se viven junto a otros humanos en cada viaje son ilimitadas. Hoy me centraré en la ignorancia espacial.
A menudo observo (por no decir sufro) a personas que entran en un vagón de metro y se colocan donde mejor les parece. Lo curioso es que a veces se sitúan frente a mí, me dan la espalda y no dejan ni 10 centímetros de espacio entre los dos, cuando por delante tienen mucho espacio porque no hay nadie enfrente. Es algo que me sorprende sobremanera y me da que pensar.
Pero vamos a ver, señores míos, ¿no ven ustedes que se están pegando a la persona que llevan detrás? Si vamos como sardinas no hay nada que objetar porque más que ubicarnos, nos acoplamos o nos embutimos donde buenamente podemos, pero si el vagón va medio vacío… hombreeee, que no, que no, ¿qué necesidad tengo yo de oler la naftalina de su abrigo? Algo así lo suelo solucionar rápido porque me entra un repentino y breve ataque de tos que a la fuerza tiene que sentir la persona en cuestión en su cogote y que provoca el inmediato adelantamiento de uno o ambos pies, con la consiguiente liberación de espacio. Pero no deja de resultarme curioso, puesto que la persona primero entra en el vagón y luego se coloca de espaldas a mí, de modo que a la fuerza ha tenido que verme de cara en algún momento, sabía que estaba yo allí…
Con la actitud de las personas frente a la vida ocurre lo mismo. Conozco a gente que a menudo lo tiene todo disponible por delante y sin embargo no sabe (o ha olvidado, porque es obvio que alguna vez lo supo) lo que queda por detrás. A mí en el fondo me dan mucha pena. Más les valdría hacerse buenas composiciones de lugar antes de seguir, no vaya a ser que alguien les tosa por detrás y tengan un disgusto…

jueves, 11 de marzo de 2010

Conocimiento del medio

Cuando yo era pequeña estudiábamos algo llamado Ciencias Sociales, vamos, las Sociales de toda la vida. Lo que más me gusta de ese nombre es que no se puede negar que premonitorio de lo que podía tratar dicha asignatura sí era. En la actualidad diría que se ha traducido por Conocimiento del medio. Ese nombre me asusta un poco más. Primero porque, puestos a conocer, yo preferiría conocer el entero antes que el medio; pero si no podemos elegir… entonces, ¿qué medio vamos a conocer exactamente? Tened en cuenta que son 37 las acepciones que el diccionario de la Real Academia le da a tan incógnita palabra. Ahí queda mi duda.
Pero volvamos a lo nuestro. Tal vez del estudio profundo de las ‘Sociales’ hayan surgido iniciativas como la de unir a la humanidad entera vía redes… eso, sociales.
Me maravilla cada día más la capacidad que han recuperado estas redes de poner en contacto a personas que jamás hubieran retomado una determinada relación de haber continuado con las costumbres de antaño. Personas cuyos caminos divergieron por sus respectivos cauces y que, para bien o para mal, la tecnología se ha encargado de hacerlos converger.
Hay quien tiene miedo de tan osada interrelación, pero yo estoy encantada, porque, como pasa en tu vida real, al final solo tienes tiempo para la gente que de verdad quieres, incluidos los que hace años que no habías visto.
Yo intento apuntarme a las cenas que organizan los compañeros de mi colegio (no instituto, no, cole cole), son un grupo con un imán especial, porque han organizado más de una, de dos, de tres y… sí, ya sé que sabéis contar, pero es que me emociono al pensar que esta clase se juntó una vez para recordar viejos tiempos y ahora hay pupilos capaces de recorrer medio mundo para volver a juntarse con los compañeros.
Solo he podido ir a las dos últimas, pero me lo he pasado en grande recordando viejos tiempos y poniendo al día la información de sus vidas. Qué divertido es ver sentado frente a ti veinte años después al niño que te volvía loca de pequeña, mocosa de mí…
Les dedico mis palabras de hoy.

sábado, 6 de marzo de 2010

BCN-NY

No tengo ni la más remota idea de en qué se parecen los bomberos de Barcelona y los de Nueva York, en que su misión principal es la de apagar fuegos, supongo.
Hace unos días, iba yo tan rápidamente como acostumbro a caminar por la calle, destino de mi dentista, cuando a mi derecha reparé en un edificio que bien podría estar sacado directamente de una calle de Nueva York, entre la 32 y la 34, por ejemplo.
Al ver aquel edificio, en pleno Ensanche, nada me hizo pensar que estuviera caminando por Barcelona. Un edificio de ladrillo viejo y con unos ventanales bastante más anglosajones que mediterráneos me hicieron fijar mis ojos en aquella imagen, todo me recordaba a la gran manzana. La noche aún no había caído, pero ya no había demasiada luz. Los tonos rojizos del edificio hacían pensar en policía, seguridad, bomberos. Sin duda, en servicios de seguridad.
Cual chiquilla, deseé que en ese mismo instante el mundo se parara y empezaran a sonar estruendosas alarmas y salieran bomberos y bomberos de aquel edificio, fenómeno aterrador y espectacular a la vez, pero no ocurrió, así que proseguí mi camino hacia la cruda realidad de un dentista.
Me resulta muy curioso pensar que ese edificio puede estar fuera de toda lógica estética, es discutible. Incluso el vetusto vecino Hospital Clínic se ha renovado recientemente. El edificio de los bomberos desentona gravemente en su vecindario. Y creedme si os digo que estoy encantada. Ignoro si por dentro cumple sus funciones o, por el contrario, necesitaría una manita rápida que le diera algo de lustre, pero me gusta pensar que la funcionalidad de ese edificio está por encima de su estética. A mí me gusta.
Por otro lado, me pregunto qué tendrá de malo tener una estética neoyorkina en pleno centro de Barcelona… algo de Barcelona habremos encontrado alguna vez en Nueva York, ¿verdad?

lunes, 1 de marzo de 2010

El chacachá del tren

Por causas bien diferentes, prácticamente opuestas, este fin de semana he tenido que viajar en varios trenes.
En esta ocasión los elegidos fueron un tren de cercanías y otro de larga distancia. Valga decir que adoro viajar en tren, entre otros motivos, por la cantidad de emociones que experimento.
En el primero de los viajes, en cercanías, descubrí que las personas que duermen pueden ser muy atractivas. Iba yo ensimismada en mis errantes pensamientos cuando de pronto me percaté de que un atractivo hombre estaba sentado frente a mí (en los asientos que van situados dos mirando de frente a otros dos). Ni me había fijado en cuándo había llegado allí. Sin duda, la primera en sentarse había sido yo, y de ello deduzco cuán sesudas debían de ser mis cabilaciones que ni había reparado en tan atractivo hombre.
Lo curioso es que muy pronto me di cuenta de que estaba calificando a ese hombre de muy atractivo cuando en ningún momento le había visto los ojos abiertos. Iba escuchando música y con los ojos cerrados. Debía de dormitar, porque no los abrió en 10 minutos que le miré sin parar.
Y sí, al final (de mi trayecto) pude comprobar que era casi tan atractivo con los ojos abiertos como con ellos cerrados. Marrón intenso, por cierto.
Su anillo y él se quedaron en el vagón cuando yo me bajé del tren.
Al día siguiente me desplacé en AVE a toda velocidad, no sé si muy alta (ahora que estoy familiarizándome con el japonés dudo de todo lo que sea ‘alta’ velocidad), pero mucha en todo caso. La velocidad es tanta que encuentro un grave defecto a los desplazamientos de media distancia en ese tipo de tren: me pierdo parte de la película. Puede parece un tema liviano, pero no lo es tanto cuando te das cuenta de que has visto decenas y decenas de películas a medias. La mayoría son muy actuales, “reciente adquisición de videoclub” las podríamos denominar, y si ya me las he perdido en el cine, parece ridículo que las alquile para ver el último cuarto de hora o la primera media hora… de verdad que empieza a preocuparme.
Pero una de las cosas que más me ha llamado la atención es el tema de la cobertura. Recibí la llamada de un amigo cuando yo calculaba que estábamos a punto de entrar en un túnel y rápido le previne de lo típico ‘a lo mejor se corta, que vamos a entrar en un túnel’, ‘vale’, dijo él. Y no se cortó, buen rato después seguíamos hablando. Y cuál fue mi sorpresa cuando de pronto mi amigo se calla y me parece extraño y miro el teléfono y resulta que no, no se ha callado, es que se ha cortado. Miro por la ventanilla y estamos al aire libre. Increíble. Túneles con perfecta cobertura y exteriores con perfecta luna llena. Curioso el capricho de las nuevas tecnologías, ¿verdad?
Decidido, pronto volveré a hacer un viaje en tren, del tipo que sea. A ver qué pasa.

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