Define la Real Academia Española de la lengua los principios
como “Normas o ideas fundamentales que rigen el pensamiento o la conducta” y
eso es uno de los firmes pilares que sustentan la mente de algunas personas a
las que sin duda alguna admiro.
Hace apenas unos días, conversando un poquito con mi
compañero de oficina, un simpático y prometedor informático que actualmente
trabaja como becario, me sorprendió con una respuesta. Cuando no recuerdo por
qué motivos hablábamos de novios y novias él afirmó que lo que más le gusta de
su novia es sus principios.
Me sorprendió gratamente, pero reconozco que me dejó algo
fría. Es maravilloso que tus principios sean lo que más le guste a tu pareja,
pero sinceramente espero que le guste algo más… es broma, no me cabe duda de que así
será.
Poco después, conversando con unos amigos la otra noche acabamos hablando
de un conocido del barrio que tenemos en común y en quien al ascenderle en su trabajo, todos habíamos
notado un cambio en su manera de pensar, si antes era poco menos que
sindicalista, había acabado al cabo de los años convertido en una persona instalada
en las antípodas de un buen Marx.
En ese momento pensé que eso no le puede ocurrir a
alguien con firmes principios. Pueden cambiar muchas cosas en tu vida, sin duda
puedes ir moldeándote a medida que evolucionas, pero cambiar drásticamente de
principios me parece, sencillamente, muy triste, porque, no sé si os
habéis percatado alguna vez, pero los
principios no se compran. Y si no tienes los tuyos propios, puedes disimular un tiempo, pero al final se nota.
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