lunes, 2 de noviembre de 2009

Amor y luna

Ayer casi pierdo el tren por culpa de la luna.
Como os comenté, el fin de semana me fui a un pueblecito del interior peninsular a disfrutar de la tranquilidad, del aire puro y, de paso, de todos los santos.
Mi regreso iba a ser como la ida, en tren, y lo fue, pero por poco no. Os cuento: a mí me gusta llegar a los medios de transporte que debo coger con suficiente tiempo de antelación, a veces demasiado, lo reconozco. Y en la estación estaba yo tan ricamente, resguardada del frío (porque sí, amigos, hay lugares de España donde ya hace frío de verdad) cuando decidí que ya era momento de acudir al andén adecuado (y al descubierto) para esperar el tren, al que le faltaban escasos 10 minutos para llegar. Vale, ahora es cuando algunos pensaréis que 10 minutos no son tan escasos, pero ya he avisado, el tema ‘medios de transporte’ solo sé verlo (y más cuando viajo sola) desde mi óptica. Estaba yo tan firme en el andén, mirando hacia las vías, cuando me dio por girarme, no sabría decir qué fuerza extraña me llevó a girar mi cuerpo totalmente y agarrar el asa de mi maleta con los brazos hacia atrás.
Allí estaba ella, la luna. Más llena que nunca, preciosa. Lo bueno de estos lugares tan recónditos es su cielo, que a falta de nubes, no hay polución alguna que pueda manchar su imagen.
En ese preciso instante vinieron a mi mente centenares de recuerdos de mis veranos en el pueblo, de cuando aún no adolescente miraba la radiante luna por las noches y le pedía deseos como quien pone una vela a Santa Rita. Yo le pedía deseos a la luna, y creo recordar que no era necesario que estuviera llena (seguramente por aquello de aumentar las posibilidades). No cabe decir que siempre le pedía novios, o besos o similar. En los pueblos, a determinadas edades, uno no tiene otra cosa en la cabeza que los chicos, las chicas o lo que corresponda. Un sinvivir. Y lo curioso del tema es que nunca jamás me concedió nada ni nadie, y ahora que caigo en la cuenta, tampoco me sirvió nunca el ‘me quiere no me quiere’. Qué lástima. Tuve muchos novios en el pueblo (la mayoría veraneantes como yo) y besos también unos cuantos, pero nunca los que le pedí. ¡Mecachis!
Y en esas estaba cavilando yo, cuando oí el pito del tren que avisaba del cierre de puertas. Menos mal, eso me despertó de mis recuerdos, que si no, allí me quedo pidiéndole a la luna que volviera a pasar el tren… y mucho me temo que en ese caso y previo cambio de billete, sí me lo hubiera concedido.
En Barcelona es más difícil ver la luna con la misma nitidez, pero a veces, aún la descubro entre edificios y antenas varias.
Os juro que no le he vuelto a pedir nada, no porque crea que no me lo va a conceder, sino porque ya sabe de sobras lo que quiero.

3 comentarios:

  1. Anda maña, que llegas a perder el tren...
    Si es que tienes razon, la luna tiene algo que nos atrae, nos cautiva, nos encanta y nos enboba...
    Si la vemos, pensamos en algo bello y hermoso, y si no, estamos en la luna, pensando el lo mismo...
    ¡Hay! ¿Que tendra la luna?
    Quizas como dices nuestros deseos, anhelos, inquietudes, sueños, amores posibles ( o imposibles )...
    No cambies, sigue soñando, pero por favor, no pierdas nunca tu tren.
    Chao

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  2. Me ha encantado tu reflexión sobre la luna. No pierdas nunca esa capacidad de seguir soñando en que ella puede concederte tus deseos, aunque a veces tengas que buscarla entre el tumulto de la ciudad...

    Besotes

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  3. Pues yo... después de muchos años, hace un par de semanas, volví a mirar la luna... por lo menos, la volví a mirar de un modo consciente y sentí todo lo que me había perdido este tiempo por no mirarla, estaba espléndida, y como bien dices, ni siquiera hace falta que esté llena. Gracias por estas palabras... no pierdas ni tu capacidad de ensimismarte con la luna... ni de tu "terrenalidad" para no perder tu tren... un besito.

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