domingo, 28 de julio de 2013

Accidentes

Como la mayoría de vosotros sabréis, esta semana tuvo lugar en Santiago de Compostela un horrible accidente de tren en el que murieron 79 personas.

Un accidente es, según el diccionario de la RAE, un suceso eventual o acción de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas, pero fuera del diccionario es muchas cosas más: es un hecho horripilante que nos estremece por la crudeza de lo ocurrido, que nos alarma ante lo inesperado y nos entristece hasta el infinito por las consecuencias y lo que hubiese supuesto para nosotros si hubiésemos sido las víctimas (directas o indirectas) del accidente.

En el caso de Santiago y a falta de saber qué ocurrió en realidad, si es que algún día lo sabemos (sospechoso me ha parecido que los presidentes de Renfe y Adif hayan tardado bien poco en decir que toda la culpa es del maquinista… aunque sin duda era quien conducía ese tren), le digo al Santo que otra vez esté un poquito más atento, porque ahí no estuvo atento él tampoco.

Pero llevo días dándole vueltas a esto de los accidentes porque hace poco tuve ocasión de ver un reportaje sobre el accidente que hubo en el aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, el peor de la aviación de todos los tiempos (y todos los países y todos… el peor) en el que murieron 583 personas en 1977.

Un cúmulo de infortunios coincidieron y provocaron la mayor catástrofe aérea (sin estar en el aire, para más congoja) en Tenerife hace 36 años.


No voy a dejar de ir a Santiago lo antes que tenga ocasión ni a Tenerife, a donde felizmente iré en mis próximas vacaciones, pero sirva este humilde post como recuerdo de todas las víctimas y como calor en forma de abrazo a todas las personas que perdieron a alguien en cualquier accidente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta:

Archivo del blog

Datos personales