miércoles, 11 de agosto de 2010

Paul Auster II

Hace unos meses os hablé de Paul Auster y un libro que acababa de leer. Bien, pues hoy me veo obligada a hablaros de otro.
La semana pasada me quedé con una considerable cara de idiota cuando llegué a una librería de Barcelona que me gusta mucho y estaba cerrada porque se habían trasladado a otra calle. Me quedé pasmada porque no era consciente de cuándo se habían trasladado, la última vez que estuve allí fue para comprarle un libro a mi por entonces chico por el día de Sant Jordi. Supongo que inconscientemente, como aquello no salió bien, no volví (no salió bien la historia con el chico, el libro salió divinamente). El tema es que se han trasladado bastante lejos de su ubicación anterior. No me cae a desmano (casi me va mejor que donde estaban antes), pero como yo los ubicaba allí, ahora los tendré que ubicar allá.
Y otro día, porque aquél ya no me daba tiempo, fui a visitar la nueva librería. Muy linda, sí. Creo que algo más pequeña que la anterior, pero curiosa y bien distribuida. Me llamaron la atención dos cosas: la primera, una cita de Chaplin en una pared (“todos somos aprendices, la vida es tan corta que no da para más”) y la segunda, su sección de novela. No sé por qué mis ojos se fueron disparados a las novelas de Paul Auster, y allí se quedaron.
Tuve en mis manos unos cuantos títulos e incluso me dejé aconsejar por la amable y experimentadísima dependienta, cosa que por aquello de que me dejen tranquila no suelo hacer nunca; me aconsejó otros títulos e incluso alguno de la actual mujer de Auster, Siri Hustvedt, de la que también me han dicho que es una gran escritora. Pero no hubo nada que hacer, me decanté por el primero que había cogido, al azar, sin ni siquiera gustarme el título (La noche del oráculo).
Me lo acabé en pocos días. Qué libro tan interesante y tan bien escrito. La historia del protagonista me encandiló en seguida, pero lo hizo aún más la del protagonista de la novela que escribe el protagonista, total, que llegó un momento en el que no sabía quién me estaba gustando más, si el escritor, el escritor del escritor, el editor del escritor, la ciudad de Nueva York o la amante de alguno de ellos…
Una de las cosas que me dijo la dependienta (sin que yo le preguntara) fue que uno debe elegir los libros que lee según el estado de ánimo en el que se encuentre. Pues bien, el mío debía de ser excelente, porque elegí francamente bien.

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